martes, 1 de febrero de 2011

Coches vs Bicis

Recomendamos esta nota de Francisco Valdés
Francisco Valdés Perezgasga (twitter.com/fvaldesp)*

* *Aunque ahora haya quedado empañada por la otra guerra, la de balas y
granadas, se sigue librando una lucha sorda en nuestras calles. La guerra
mortífera que los coches van ganado de calle contra las bicis. No son sólo
los encontronazos fatales de fierros contra huesos y carne, del veloz coche
contra la lenta bicicleta. Es también la ocupación del espacio público y el
agandalle de los presupuestos viales municipales, estatales y federales. El
coche es hoy, más que nunca, el objeto que rige nuestras vidas y, en
demasiadas ocasiones, determina nuestra muerte.

El coche se inventó para dar solución al problema de la movilidad limitada.
Con un coche, en teoría, podemos llegar más lejos y más rápido que nunca
antes. Hoy, el coche nos ha traído los males del sedentarismo -obesidad,
enfermedades cardiovasculares, contaminación, accidentes mortales, atascos,
escasez de estacionamientos y, finalmente, movilidad limitada y lenta. Hoy,
en Londres, la velocidad promedio del tráfico es de 12 kilómetros por hora:
la misma que cuando Sherlock Holmes perseguía malhechores en carreta. En el
DF no es mucho mejor: 17 km/h, una velocidad alcanzable por cualquier
ciclista. Aún sí, le dedicamos al coche el segundo gasto más alto de
nuestras vidas, tras la adquisición de una casa. Una inversión que usamos
luego unos minutos al día.

La irracionalidad del coche y el poder de la minoría de la población que se
mueve en automóvil ha hecho que la totalidad del presupuesto que se dedica
a las obras viales en México, sea para construir infraestructura para ellos.
Estacionamientos, puentes, segundos pisos y autopistas en una tiranía
asfixiante que no considera a nadie que no se mueva en un vehículo de motor.

Siempre he creído que la invisibilidad de los ciclistas para las autoridades
y los automovilistas reside en que somos, en nuestra inmensa mayoría,
parias. Se mueve en bici el que no tiene para pagar el autobús. Poco importa
que seamos ciudadanos rectos, productivos, amorosos esposos o padres de
familia ejemplares. Somos veladores, albañiles y campesinos. Algo terrible
debemos haber hecho para que no tengamos la fortuna de tener un coche.
¿Exagero? Lea la carta que una airada lectora dirigió a las páginas de este
diario antier. Escribe con ira “... me los encuentro constantemente y no
hay quien les ponga un alto, estos señores que andan en su bicicleta...” y a
renglón seguido pide “...que les pongan reglas por el amor de Dios, que los
eduquen, que tengan una vía por donde ellos deben circular...” Lo que la
iracunda señora pide es que nos pongan reglas pero no que se nos otorguen
derechos. Que nos pongan un alto y que nos eduquen como si fuéramos perritos
ferales.

Los ciclistas no queremos otra cosa que no sea el respeto, el cuidado debido
de los automovilistas, el derecho a transitar con seguridad por ese número
infinito de ciclopistas que tienen nuestras ciudades y que se llaman calles,
avenidas, calzadas y bulevares. Que el automovilista recuerde que él o ella
aún dentro de esa tonelada agresiva de fierro y hule, son como nosotros
personas de carne, tripas, huesos y tendones. Y que nosotros los ciclistas
no portamos esa carísima y pesada coraza. Que nos desplazamos en silencio,
sin envenenar el aire y sin hacerle daño a nadie. Que somos ciudadanos a los
que se nos han negado nuestros derechos más elementales durante demasiado
tiempo. Que deberían exigir estos derechos para nosotros los ciclistas antes
de pedir airados que nos sujeten a las reglas que ellos, los automovilistas,
raramente cumplen.


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Dr. Francisco Valdés Perezgasga
Instituto Tecnológico de La Laguna

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